Elso Peralta, de filo por Ricardo Lopa

GuapoY fue en un día cualquiera de invierno de aquellos, viento del sudoeste, agua nieve, transformada al ratito nomás en abundante lluvia, pero que no es tan desagradable, si se acercan hechos del pasado a hacerte compañía y la Esquina Sur de mi Boedo me cobija. Los recuerdos se amasijan eclass=»clase22″ n la sabiola, se me aparecen, se entrecruzan, se entreveran como dos guapos del arrabal.

Y en el Boedo, por entonces Almagro, que por cultura y personalidad se piantó solari, lo imagino venir medio de balanceo acompasado a lo Barquina. La mano del cuore en el bolsillo y la diestra, atenti a la sorpresa, siempre presta. Uno nunca sabe, después lo supe, cuando se va a dar la ocasión y el piro de la cintura para el tajo de la defensa en busca del cuerpo, matador.

Y en la última mesa sobre San Juan, como quien mira al oeste, aparece mi figura con dos tazas, una café cortado para un servidor, ¿y la otra?, pregunta Carlos, el zomo. La realidad dice solo, y es cuando mi archivo mental se abre y bate “Elso Peralta, de filo” y el guapo aparece y lo convido con un café, y comienza el chamuyo de una vida donde la fantasía y realidad se confunden. Pero, para que quitarle a la imaginación ese lujo de parlar a gusto, en una tarde de esas que no se empardan con un guapo que hubo habido en el Boedo matinal, y que ahora, después de muchos abriles se acerca a dialogar.

Y si bien no era Pizarro que con pinta de rudo el oscuro, de puñal llevar, supo un día, el guapo en el Sur sus lances afrontar y vos Elso no ibas a defraudar.
“Morocho como el barro era Pizarro,/señor del arrabal;…/entraba en los disturbios del suburbio/con su frío puñal./Su brazo era ligero al entrevero/y oscura era su voz./

Derecho como amigo o enemigo/no supo de traición./Cargado de romances y de lances/la gente lo admiró. (“Eufemio Pizarro”. Tango. Manzi-Castillo, Cátulo)

Tampoco, el golpeteo anunciaba la llegada de Ramayón, el guapo que a la cita no a de faltar. Pitando un puro solía aparecer en los bailes posta de los patios de arrabal, luciendo con orgullo su lustrada bota militar. De lope oscuro brillaba en las salas donde solía tayar. Su presencia, desparramaba respeto. Diquero para la milonga, naifas, no le hubo de faltar, pero vos Elso lo ibas a empardar.
“Resuenan en baldosas los golpes de tu taco./Desfilan tus corridas por patios de arrabal./Se envuelve tu figura con humo de tabaco/Y baila en el recuerdo tu bota militar./Refleja nuevamente tu pelo renegrido/En salas alumbradas con lámparas de gas./Se pliegan tus quebradas y vuelven del olvido/Las notas ligeritas de Arolas y Bazan…(“Ramayón” Tango. Manzi-Herreros)

No era delgado y pálido color noche. Ni traje oscuro lo empilchaba. También viola, supo cargar. Y cansino en su andar, justo con la noche al barrio solía llegar Betinoti. Moño y jopo, pinta de bacán. Era todo un personaje al chamuyar, y al que todo el malevaje, supo admirar y vos Elso, puro arrabal, no ibas a desentonar.
“En el fondo de la noche/la barriada se entristece/cuando en la sombra se mece/el rumor de una canción/Paisaje de barrio turbio/Chapaleado por las chatas/Que al son de cien serenatas/Perfumó su corazón.. (“Betinoti”.Milonga. Manzi-Piana)

Y si bien no eras, Pizarro, Ramayón o Betinoti, el payador, se cuenta que en los lances tayabas como el mejor.

Te me apareciste ayá por los cincuenta en mi barrio que fue tuyo, de Homero, Julián, Cátulo y otros antes que mío. Ahora que piantaron ellos, vos y los otros, es mío, compartido con algunos otros de allá, pero pocos de acá.
Hombre mayor por entonces, con morada en la mitad de cuadra de Castro, entre Tarija y Constitución, conventillo en la descripción.
Se decía que la habías yugado por Soldati y Lugano. El carro cargado de chatarra te daba dique de fierrero y no cualquiera se te animaba, pues el oficio en aquellos barrios lejanos jodido se presentaba. Mezcla de infraurbanos y pampa, más campo que barrios, y vos la tayabas. Para el tajo siempre se te vio presto, nunca le escapaste al bulto y la esquina de Cóndor y Lafuente, tu preferida, pero no única, supo de tus hazañas no compartidas. Corajeadas que luego del entrevero le batías el final, entre mezcla de arrepentimiento y agradecimiento, a tu Cristo el Obrero del arrabal.

Veterano y yo pibe, supe de tus andanzas por el Sur. Los mayores las chamuyaban en noche de tute que supe presenciar. Ojos grandes, oídos prestos, y exageraciones de unos y el descrédito de otros y el bocho del bepi entre todos, y las jarabas relojear.

Y el gurrumín de pasaje a adolescente, y el Elso Peralta aparecido en la sabiola que daba vueltas y vueltas sin cesar. Ya era hora de buscar en el arcón de los recuerdos, ¿había sido tan guapo como lo pintaban? ó ¿sería un as de cartón más? Y de oídos prestos a la cuota de oreja fresca, para que la caliente la historia del que filo supo calzar y que paso a relatar.

En invierno chambergo, lengue, y funyi, y en las tres estaciones restantes, también. Nada de ruda macho, pero mucha hembra. La del audio siempre presta para un jazmín del pais. A la entrada del convento de Castro, jazmín en tierra era la provocación para ornamentar tú oreja izquierda, la del corazón.
Una vez se cuenta que te vieron en camisa, minga de funyi y jazmín. Fue cuando tu jermu, la Clara supo a la vecina abofetear, saliste de raje para separar, que ni tiempo tuviste para empilchar.

Se comentaba, que enterado de una mala muerte de un correligionario en Alsina, te arrimaste para el lado de Pompeya y más allá para cobrarte la muerte del quía. Y porque eras radical yrigoyenista, y además, gomía de los amigos, cruzaste el puente de filo, y batiste “ si sale que salga cortando sin titubear”. Para completarla hiciste guardia de honor en el velatorio del militante, como esperando que te vengan a buscar, y pucha que esperaste en vano el tajo desenvainar. Y se dice, que solamente para determinadas ocasiones se te piantaba el jazmín, y, para el caso, al pie del jonca para redimir.

Finas manos, escolaso, timba y algo más. Cartel en puerta: “Elso Peralta, chatarrero”, quedaba lindo, pero dudoso de cumplimentar. Dicen que te junaban en chata, manos pulcras, zapatos renegridos, con pinta de bacán, siempre con los mismos fierros, por el que dirán. Nunca te vieron yirar negociando chatarra vieja para comprar, pero ibas a la quema de filo y a tajear.
 
Eras hombre de la sexta, donde Pedro Bidegain supo tayar. Tuviste comité en Cochabamba, como quien ficha San Juan, tirando para Quintino Bocayuba, y fuiste puntero, que a los afiliados supiste laburo enganchar. Claro, que también libretas acumular, al momento de votar.
 
Cuando la malaria con uniforme llegó, se te vio chumbo calzar. Bancaste al Peludo y a  don Pedro que lo hubo de representar. Seis de Setiembre del ’30, el desfile de la mocosada bandeada por un traidor y encabezada por un retirado, pudo por Callao al Congreso llegar. Del Molino a tiros los recibirán, pero no los detendrán. El ejército leal, esperaba órdenes que Elpido no pudo o no quiso dar. Y los pebetes del Colegio Militar marcharon desde El Palomar hasta La Rosada Casa sin parar. El vice, se tomó en serio eso de presidente provisional. Qué errado estaba el hombre. La ilusión del  pobre le duró 25 horas, de patacón y por el bajo rumbeó y de la escena política desapareció.
El pueblo, al Peludo, el mismo que lo debió bancar lo supo abandonar y otra clase social, junto con las corporaciones el piro le hubo dar, y Uriburu el 8 de setiembre del ’30 jurar.
Pero don Pedro a sus hombres juntó. Ahí estabas vos Elso, de filo y calce para la ocasión. Después de la jura, ya sin gente, que la hubo y mucha, los boinas blancas, vos incluido, revuelo provocaron entre la milicada del Correo Central y Casa de Gobierno y gran barullo nacional. Se tirotearon entre ellos. El flamante Ministro de Guerra, se hizo cargo de la represión e hizo fama ‘justo’ para la ocasión. El filo no fue tajo y el chumbo cargado quedó, la barra de la Sexta el raje se tomó, y vos te viniste para el rrioba para mejor ocasión.
Estuviste un tiempo guardado, el comité de Cochabamba “Boina Blanca” cerrado.
 
Y la Morocha tirante de la chata, te vio volver. Sin chambergo ni chumbo, pero con filo, funyi, lengue, tu presencia se hizo ver. Había pasado el invierno, la primavera estaba al caer, pero fría tenías el alma, al volver. Al suave toque del látigo, Boedo al Sur rumbeó. ¡Cómo la querías a la yegua! agua, morfi y protección, nunca le faltó. Y a la quema llegaste, el laburo se intentó, pero el filo primó.
Te estaban esperando, la cargada no tardó en llegar. Se dice, de boquilla, que te llevaste puesto a dos y a un tercero lo dejaste para otra ocasión. “Con el Elso no se jode”, dijiste por lo bajo y sin chistar, y te alejaste sin mirar atrás.
 
Al feca de la esquina, Castro y Constitución para datear, la barra te vio arrimar. Con dedo en el funyi se te vio saludar, a la muchachada de tu Boedo natal.
Enfilaste para la mesa que te sabía cobijar ¡oh sorpresa! un punto de trajeado y chambergo para el chumbo ocultar, en tu querencia supo estar. Pucha, dijiste, este la banca no me va a copar. Vos de filo, él chumbo intentó sacar. Tarde piaste le cantaste. Al tipo, al oído susurraste y una copita invitaste. A partir de ese día, nadie la mesa osó ocupar, era la del Elso Peralta, el guapo que no se dejó madrugar.
 
Pero tu vida no era solo guapear, pues los salones del arrabal también te vieron milonguear. Tu jermu oficial el nido y al cachorro se quedó a cuidar. La invitaste una y otra vez, y otras tantas se negó acompañar. Te mandaste solo y minas no pretendiste ganar, pero, no obstante un par de trifulcas supiste generar, que ya paso a botonear.
La Balear de San Ignacio solías frecuentar. En milongas bravas, de aquellas, te supiste entreverar. Tango con corte de meta y ponga te gustaba bailar. No había percanta que te pudiera aguantar.
Y fue Laura, la minusa de arrabal que se intentó arrimar. Diquera la mina, te fichó sin cesar. No preguntaste si tenía dueño, y la invitaste a milonguear. Y así fue nomás, y quedaron dueños de la pista y bailaron sin cesar. La joda poco tiempo duró, pues la naifa  tenía trompa y el quía apareció, y era el Ángel, que por Boedo solía tayar y en la Balear la solía bancar.
Disculpas no le pediste, explicación te pidió. Tu hombría, impidió chamuyar que la Laura te apuntó sin parar. Asumiste la iniciativa, cuando no era verdad, pues, sin duda, la que primerea es la mina, que meta dale que dale hasta el punto arrimar.
Y el que te jedi que no la iba con vueltas te increpó muy mal. La mina te metió en el brete y no la ibas a defraudar, pero, no tanto por ella que era un dique más, por vos era la cosa Elso, que no te ibas a achicar.
Al principio, dijiste “calmate que va a terminar mal”, pero ante la insistencia, la cortada de La Balear los vio salir a lancear.
La del cuore en el bolsillo, pituco se te vio en el acompasado andar, ibas preparado para aguantar.
El Ángel que no tenía nada que guardar, te ganó en compadrear, pues ambas manos en los bolsillos tenía cuando se arrimaba a pelear.
Pero ya en la yeca, y bien cerca. Vos y él, ambos se ficharon, pero también batieron en alta vos “si por esa mina rantifusa valía la vida jugar y ella el lance disfrutar” Los vecinos con silla y mate, esperaban el desenlace fatal. La velada, afortunadamente, no concluyó ahí nomás.
A los guapos rumbear por Boedo de parla se los vio, mano en el bolsillo uno, el otro, las dos. Enfilaron pa’ el Sur, y al llegar a San Juan, en la esquina que Homero iba hacer inmortal, se los junó entrar. El Nippón los escrachó en una mesa meta y ponga, sin filo chamuyar y café cortado tomar, junto con Eufemio, Ramayón y Betinoti, el payador, y al Elso el muerto levantar.
 
Y en la última mesa sobre San Juan de la Esquina Sur, hay dos tazas vacías, la tormenta pasó al igual que “Elso Peralta, de filo” . Retornando voy por San Juan doblo por Castro y al llegar a Constitución, lo imagino en su mesa del boliche, piernas cruzadas, funyi, lengue, chambergo y un jazmín en la de escuchar. La zurda guardada, la diestra presta al filo, y dos fecas, uno para un servidor.  

Ricardo Tito Lopa
contacto: [email protected]
Boedo, septiembre de 2009

 

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